jueves, 5 de marzo de 2009

El amor en los tiempos del banano.

Eran como las doce del medio día, un domingo de esos en los que compartes con tu pareja. De televisión y película pirata (pirata o no, se debe de tener una reacción critico reflexiva de ella). De manera repentina ella me pidió un banano. Momentos antes me había levantado temprano a hacer mercado (es así como le llamamos en nuestra bella Colombia a los víveres para el mes). En la mesa, sobre un plato pando, de cristal sencillo y adornado con flores blancas pintadas, digno de mi desagrado, reposaban unos cuantos bananos entre algunas granadillas, algunos pintones y otros maduros. Ella, un poco confundida por el día y melancólica por esas cosas de mujeres que al parecer sólo entienden seres de este género, me pidió un banano. ¿Un banano solo? Le pregunté. Ella respondió “si, así solito”. Bien, le dije. Tardé un poco, escogí uno que habíamos guardado en la nevera, ya que estaba muy maduro y listo para comer. Sin intención de impresionar y con la sinceridad de la que puede dar fe mi futuro asombro, pele el banano, lo partí en rodajitas, lo dispuse en un plato pequeño, lo adorné con medallones de fresa fresca dispuestas a su alrededor; raye un poco de fresa encima de las rodajitas de la fruta en mención, para luego poner puntos de crema de leche en cada rodaja y un poco de leche condensada en el arrume de fruta. Sin previo aviso le lleve tan suculento plato. Su asombro fue inenarrable, de un solo salto su cuerpo ocupo la forma de sentado, recostó su tronco al espaldar de la cama e inicio el maravilloso evento de degustar de lo que ella imaginaba iba a ser un simple banano. No pasaron un par de minutos para verla salir disparada de esa cama, con sus manos en el rostro, como escondiéndose de mi. No me imaginaba lo ocurrido, ni por la curvas más profundas de los surcos de mi cerebro me pasó la respuesta a tan inusitada reacción: lloraba porque había recibido de mi un banano en otra forma, un banano resultado del afecto, cariño y comprensión, un banano diferente. ¿Qué te paso mi amor, qué hice de mal? Nada mi amor, -dijo ella- nada, simplemente que nadie en mi vida me había dado un banano así, no me esperaba eso.

Me quedé perplejo, no imagine que tan normal acto iba a tener tan estruendosa reacción, esa mixtura de sentimientos desbordados más que por el banano, por el afecto que en el se sentía. Yo no lo podía creer, su capacidad de asombro y agrado por lo detalles, que para mí son sencillos, para ella eran maravillosos. De todo esto me surge una pregunta: ¿Cómo estoy viviendo mi mundo y cómo lo viven los demás? ¿Qué lectura hacen ellos de mi comportamiento y qué lectura yo?

En estos días de ideas mercantilistas y subdesarrollo, y digo días porque al parecer en esta elevada y poco aterrizada idea de la manera como reaccionamos al momento actual de la humanidad, en los que hablamos de mujer, aún creemos que es de un día y, pues es así como mejor lo hacemos: en un día las ponemos en el cielo y las elevamos tan alto tan alto que al llegar al suelo ni siquiera se golpean porque ni suelo hay. Este es el día de la mujer, el de la fracturante idea de creer, en estos tiempos de pensamiento global, que aún esto es cierto. Nos quedamos en el sueño que produce un cuento de cuna y a la hora de soñar reaccionamos dormidos en el maravilloso mundo de lo onírico.

No más historias de cuna ni cuentos de hadas para esta sociedad ignorante de inmadurez mental, es hora de realidades potenciales, de presente potencial, no más niños del futuro ni días de las brujitas, EDUQUEMOS A NUESTRAS GENERACIONES CON IDEAS DE RELEVO Y CON LA MENTALIDAD DE PENSAMIENTO UNIVERSAL Y ACTUAR DE ENTORNO, ACTUAR LOCAL. Que este momento sea de reflexión y movilización de pensamiento frente a las anquilosadas ideas de vivir el amor y sus reacciones humanas.

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